lunes, 8 de junio de 2009

si no lloro . . .

De repente noto que me encanta complicarme la vida. O será que no es eso, sino la emoción de las experiencias al límite. Y como en cada caso del mismo campo, estos límites se van ampliando, se van alejando, desaparecen y se vuelven imperceptibles. Seré capaz de cualquier cosa alguna vez. Habré sido un santo, un asesino, infiel, drogadicto, el más clever, el menos agraciado, el suertudo, el señalado o el ignorado. Me habré tirado del boongie. Habré visitado ancianos en un asilo. Vestido como príncipe o como un homeless. Me encantaría probar todos los sabores del mundo y llegar a tal grado de no poder diferenciarlos. Creer y tener dudas. Salirme y entrar, teñir mi cabello y dejarme ver las canas. Me gustará caminar en una tarde de lluvia y manejar a toda velocidad en una carretera sin certidumbre de destino, probarlo todo. A veces lo siento tan fuerte como un huracán que se revuelve dentro de mi cuerpo, arrastrando todo, sin consideración, se lleva de encuentro hasta lo que más quiero- para luego darme cuenta de que lo que más quiero es lo que pongo en juego.